La vida en el orfanato era fácil, sin complicaciones, los
niños trabajaban tres o cuatro días dependiendo del esfuerzo y la velocidad que
emplearán en realizar las tareas que cada uno tenían asignadas, aunque lo
normal eran tres días. El trabajo infantil en este caso estaba bien visto, así
los huérfanos que mantenía el orfanato podían ganar algo de dinero y empezar a
saber cómo era mantenerse por sí mismo para cuando salieran del orfanato y que la
vida no les diera el primer capón.
Además, también aportarían parte de esas
ganancias al orfanato. Así este podría darles una mejor calidad de vida y el
orfanato tendría más recursos para enseñarles lo básico y así poder sobrevivir
cuando tuvieran que marcharse y no convertirse en un desecho de la sociedad.
Aunque todo esto tenía un propósito oculto, y este era que todos los huérfanos,
o por lo menos un noventa por ciento dejaría la reputación de este en un buen
lugar, y eso provocaría que las ayudas fueran más suculentas, pues si de algo
se vanagloriaba aquella sociedad era que sus niños estaban a buen recaudo
tuvieran o no padres.
Las ocho hermanas que llevaban el orfanato eran muy
estrictas con esto. Y todos los niños que allí se habían criado habían sido
posteriormente grandes personalidades para la ciudad, y eso hacía que aquel
orfanato tuviera esa fama. Pero gracias a estas personas la ciudad no tenía
ahora mismo muchos huérfanos, realmente solo había un huérfano de su edad, el
resto eran mucho más pequeños que él.
Pero eso no le importaba, siempre había estado solo antes de
que fuera recogido por las hermanas. Vagabundeaba por el bosque o por los
suburbios, si es que se les podía llamar así, pues eran de los más limpios de
todo el continente y podrían pasar claramente por un barrio de clase media de
las otras ciudades. Por más que intentaba encajar en la vida que las hermanas
le intentaban inculcar, este no se adaptaba tan rápido como ellas querían y
ello muchas veces le llevaba a castigos, soporíferos sermones o recriminaciones
justificadas según el punto de vista de las hermanas.
Los años pasaban y cada vez se veía que aquel muchacho no
contaría con el beneplácito del orfanato, pues era todo lo contrario a lo que
ellos habían intentado hacerle ser. Por ello la llegada de nuevos niños, y que
este pronto dejaría el orfanato, hicieron que las hermanas lo dejaran de lado e
hiciera lo que él quería, pero siempre que cumpliera con su obligación para con
el orfanato.
Esto provoco que aquel joven de quince años entrará en un
establecimiento al que no tendría que haber entrado, pues era de todos conocido
que aquel local estaba fuera de la ley y de la normalidad y su reputación era
por todos bien conocida además de la reputación de los clientes que accedían al
establecimiento. En los estantes había todo tipo de objetos y libros que
presentaban un aspecto tétrico y aberrante, pero que por algún motivo los
hacían atractivos a la joven mente que los estaba contemplando. En joven
recorrió el local y echo un vistazo a todo lo que se le ponía a la vista, hasta
que de un lugar insospechado apareció un viejo que estaba vestido con una ropa
que le daba un aspecto fuera de lugar, como si aquel ser fuera de otra época,
una época mucho más remota a lo que podría recordar el joven. El viejo se
ajustó las lentes redondas que tenía en la nariz y miro atento al joven. Tras
el primer vistazo el viejo perdió interés en el muchacho, paso al lado de este
y se situó detrás del mostrador en una banqueta.
El joven se dio la vuelta y se puso delante del viejo. –
¿Señor de donde ha salido usted? No había puertas y ha aparecido de repente
delante de mí. – El viejo volvió a mirar al joven- No te importa de donde haya
salido. ¿Vas a comprar algo o solo estás haciendo que pierda mi tiempo? - El
joven miro al viejo y con el ceño fruncido por la contestación dejo unas
monedas encima del mostrador y le dijo al viejo - ¿Qué puedo comprar con esto?
Y de lo que puedo comprar, ¿qué me recomienda? - El viejo tendero miro al joven
con un brillo en los ojos, pues aunque no lo había aparentado el joven que
tenía delante era alguien muy especial, así que miro las monedas, concretamente
doce, y selecciono doce artículos que podría vender por ese precio. Entre los
doce artículos había dos libros, tres jarrones, cuatro llaveros de distintos
metales, y tres plumas de distinto tamaño y composición.
-Con ese dinero es lo que puedes comprar, y esto es lo que a
mi punto de vista sería más productivo para ti, porque por un lado aprendes
algo de historia y por otro lado empiezas a conocer como son las cosas a las
que vas a enfrentarte dentro de un par de años o tres a lo sumo.- El joven que
no entendió lo que le estaba diciendo el viejo cogió el libro que le había
señalado y se dispuso a irse de aquel establecimiento. Pero antes de hacer nada
se quedó petrificado en la puerta – Una cosa joven, si quieres seguir viviendo
no le hables de ese libro a las monjas que te cuidan, y más te vale que andes
con ojo hasta que llegues al orfanato-.
El joven salió de la tienda echando humo y llego al orfanato
después de algunas pequeñas desgracias como un tropezón, un intento de
atropello o un ataque de algún roedor. Una vez en su habitación, la cual
compartía con un par de críos menores que él, escordio el libro en su lugar secreto
y allí se quedó durante una semana.
Los días pasaban y el orfanato continuaba con su labor
ininterrumpidamente, sabían que ese trabajo era su vida, y su vida era el
orfanato, pero para el joven que pronto saldría de allí no se le auguraba nada
bueno, por eso mismo empezó a investigar los entresijos que el viejo tendero le
había vendido en forma de libro. El libro era un compendio de historia en él que
se relataban hechos acaecidos siglos atrás. Las páginas se explicaban como el
folclore y la magia había dado paso a la lógica y la razón, pero que no todo lo
que había en el mundo se podía explicar con estos dos preceptos, y que eran
necesario que las explicaciones a algunos hechos o seres, llamemosles
sobrenaturales o irreales, no se podrían catalogar con los cánones de la razón
y la lógica.
Pero esos seres o hechos solo eran las invenciones de los
supersticiosos, mendigos y locos y gente rara que de vez en cuando se podía ver
por las calles de la ciudad. Aunque no era del todo cierto, pues había cierta capacidad
para poder vislumbrar y alcanzar dichos conocimientos. El problema era que esa
capacidad había sido, o por lo menos eso decían, erradicada del mundo al morir
el último de los descendientes de sangre de la familia más antigua que había
habitado en el mundo hacía ya casi 17 años.
Los hombres y mujeres de esta familia habían desarrollado un
cuidadoso y elaborado plan para que su existencia solo fuera conocida por ellos
mismos y unos pocos de sus aliados más cercanos. Para el resto de la sociedad aparentaban
ser la típica familia adinerada que generación tras generación habían realizado
trabajos un tanto extraños y que gracias a esos trabajos habían aumentado su
fortuna hasta aquellos días en los que las rentas seguían produciendo enormes
beneficios. El problema era que esa fortuna no tenía un heredero conocido solo se
sospechaba que podría haber uno, pero nadie sabía dónde y que, si no aparecía
antes de cinco años, esa fortuna seria donada a la beneficencia, pues así se
estipulaba en el testamento que celosamente guardaba el albacea de la familia.
El libro que tenía el joven en las manos era una parte
minúscula comprado con todo lo que posteriormente tendría en su posesión, pues
al contrario de lo que los papeles oficiales decían, la línea de sangre de los Riacol no había desaparecido aún, y aquel
joven llamado Makud era el último de los descendientes de aquella familia de
aristócratas y en ciertos círculos de guardianes mágicos que el mundo tenía
como defensa contra los seres que se mencionaba el folclore mencionaba.
Makud que hasta aquel momento no sabía nada, solo se
centraba en averiguar los entresijos de su vida, y del nuevo libro que había
comprado a aquel viejo loco de la tienda de antigüedades. El estudio del libro
iba a buen ritmo, pues los datos allí escritos eran absorbidos con avidez y
rapidez por Makud. Esto extraño al joven pues rara vez había estado tan
enfrascado en la lectura de algún libro, solo cuando estudiaba algo de historia
antigua o folclore le entraba el gusanillo, pero pronto se aburría de lo que le
enseñaban las hermanas.
Tras varias semanas leyendo el libro, aun le quedaba
bastante por leer cuando uno de los niños pequeños se presentó a su lado. Makud
que no se había dado cuenta al estar tan absorto en la lectura se sobresaltó
dando un respingo en la cama donde estaba sentado dejando caer el libro al
suelo. - Por los siete infiernos Joseph, no vuelvas a juntarte tanto a mí, casi
me estalla el corazón-. Joseph que se agacho y recogió el libro con esfuerzo
pues no tendría más de 9 o diez años, y el libro era un volumen bastante gordo,
se disculpó mientras devolvía el libro a Makud. - Lo siento Mak, pero no me
respondías cuando te estaba llamado y por eso me acerque para ver que hacías.
Por cierto, la hermana Clarice te está buscando-. Joseph no pudo evitar echar
un ojo al libro e intentar leer lo que había escrito en él, pero las palabras
estaban en otro idioma, un idioma que a Joseph le resultaba un tanto raro.
Makud se quedó mirando al pequeño esperando a que le
respondiera la pregunta. - Joseph, Joseph – El pequeño se sobresaltó y lo miro
a la cara- Si, que quieres Mak, - ¿qué es lo que quiere la hermana Clarice? -
Makud que se había fijado en lo que estaba haciendo Joseph, espero a que este
le respondiera. - No me lo ha dicho, solo que fueras a dirección que tenían que
hablar contigo sobre no sé qué tema de tus orígenes. Por cierto ¿qué idioma es
ese en el que está escrito el libro? - Makud se quedó algo extrañado pues a él
idioma era el mismo que sabía. - ¿Que idioma? Es el mismo que sabemos tu y yo,
así que déjate de tonterías, y vayamos a ver que quiere la hermana Clarice.
Mientras avanzaban por los pasillos hasta la dirección del
orfanato, lo que Joseph le había revelado resonaba en su cabeza. Tras varios
minutos llegaron a la dirección y Joseph fue recibido con un agradecimiento y
con una nueva “misión”, mientras que Makud se quedó en la sala donde estaba la
hermana Clarice, la hermana Iris que era la de mayor edad y un individuo que
estaba sentado enfrente de la hermana Iris y que le daba la espalda.
-Bien, ya estás aquí. Siéntate Makud, este señor quiere
hablar con nosotros-. Makud obedeció y se sentó en la otra silla que había
enfrente del escritorio. Mientras que caminaba el corto camino pudo ver el
rostro del invitado. Era un señor de edad avanzada que por las canas y los
ademanes que hacía, se podía ver que estaba muy cerca de su sexagésimo
centenario, o eso sospechaba Makud, porque realmente aquella cara no daba
impresión de tener aquella edad. Makud se sentó y entonces la charla que
cambiaría todo su mundo comenzó.