lunes, 19 de marzo de 2018

El último Riacol. Capitulo I


La vida en el orfanato era fácil, sin complicaciones, los niños trabajaban tres o cuatro días dependiendo del esfuerzo y la velocidad que emplearán en realizar las tareas que cada uno tenían asignadas, aunque lo normal eran tres días. El trabajo infantil en este caso estaba bien visto, así los huérfanos que mantenía el orfanato podían ganar algo de dinero y empezar a saber cómo era mantenerse por sí mismo para cuando salieran del orfanato y que la vida no les diera el primer capón. 

Además, también aportarían parte de esas ganancias al orfanato. Así este podría darles una mejor calidad de vida y el orfanato tendría más recursos para enseñarles lo básico y así poder sobrevivir cuando tuvieran que marcharse y no convertirse en un desecho de la sociedad. Aunque todo esto tenía un propósito oculto, y este era que todos los huérfanos, o por lo menos un noventa por ciento dejaría la reputación de este en un buen lugar, y eso provocaría que las ayudas fueran más suculentas, pues si de algo se vanagloriaba aquella sociedad era que sus niños estaban a buen recaudo tuvieran o no padres.

Las ocho hermanas que llevaban el orfanato eran muy estrictas con esto. Y todos los niños que allí se habían criado habían sido posteriormente grandes personalidades para la ciudad, y eso hacía que aquel orfanato tuviera esa fama. Pero gracias a estas personas la ciudad no tenía ahora mismo muchos huérfanos, realmente solo había un huérfano de su edad, el resto eran mucho más pequeños que él.

Pero eso no le importaba, siempre había estado solo antes de que fuera recogido por las hermanas. Vagabundeaba por el bosque o por los suburbios, si es que se les podía llamar así, pues eran de los más limpios de todo el continente y podrían pasar claramente por un barrio de clase media de las otras ciudades. Por más que intentaba encajar en la vida que las hermanas le intentaban inculcar, este no se adaptaba tan rápido como ellas querían y ello muchas veces le llevaba a castigos, soporíferos sermones o recriminaciones justificadas según el punto de vista de las hermanas.

Los años pasaban y cada vez se veía que aquel muchacho no contaría con el beneplácito del orfanato, pues era todo lo contrario a lo que ellos habían intentado hacerle ser. Por ello la llegada de nuevos niños, y que este pronto dejaría el orfanato, hicieron que las hermanas lo dejaran de lado e hiciera lo que él quería, pero siempre que cumpliera con su obligación para con el orfanato.

Esto provoco que aquel joven de quince años entrará en un establecimiento al que no tendría que haber entrado, pues era de todos conocido que aquel local estaba fuera de la ley y de la normalidad y su reputación era por todos bien conocida además de la reputación de los clientes que accedían al establecimiento. En los estantes había todo tipo de objetos y libros que presentaban un aspecto tétrico y aberrante, pero que por algún motivo los hacían atractivos a la joven mente que los estaba contemplando. En joven recorrió el local y echo un vistazo a todo lo que se le ponía a la vista, hasta que de un lugar insospechado apareció un viejo que estaba vestido con una ropa que le daba un aspecto fuera de lugar, como si aquel ser fuera de otra época, una época mucho más remota a lo que podría recordar el joven. El viejo se ajustó las lentes redondas que tenía en la nariz y miro atento al joven. Tras el primer vistazo el viejo perdió interés en el muchacho, paso al lado de este y se situó detrás del mostrador en una banqueta.

El joven se dio la vuelta y se puso delante del viejo. – ¿Señor de donde ha salido usted? No había puertas y ha aparecido de repente delante de mí. – El viejo volvió a mirar al joven- No te importa de donde haya salido. ¿Vas a comprar algo o solo estás haciendo que pierda mi tiempo? - El joven miro al viejo y con el ceño fruncido por la contestación dejo unas monedas encima del mostrador y le dijo al viejo - ¿Qué puedo comprar con esto? Y de lo que puedo comprar, ¿qué me recomienda? - El viejo tendero miro al joven con un brillo en los ojos, pues aunque no lo había aparentado el joven que tenía delante era alguien muy especial, así que miro las monedas, concretamente doce, y selecciono doce artículos que podría vender por ese precio. Entre los doce artículos había dos libros, tres jarrones, cuatro llaveros de distintos metales, y tres plumas de distinto tamaño y composición.

-Con ese dinero es lo que puedes comprar, y esto es lo que a mi punto de vista sería más productivo para ti, porque por un lado aprendes algo de historia y por otro lado empiezas a conocer como son las cosas a las que vas a enfrentarte dentro de un par de años o tres a lo sumo.- El joven que no entendió lo que le estaba diciendo el viejo cogió el libro que le había señalado y se dispuso a irse de aquel establecimiento. Pero antes de hacer nada se quedó petrificado en la puerta – Una cosa joven, si quieres seguir viviendo no le hables de ese libro a las monjas que te cuidan, y más te vale que andes con ojo hasta que llegues al orfanato-.

El joven salió de la tienda echando humo y llego al orfanato después de algunas pequeñas desgracias como un tropezón, un intento de atropello o un ataque de algún roedor. Una vez en su habitación, la cual compartía con un par de críos menores que él, escordio el libro en su lugar secreto y allí se quedó durante una semana.

Los días pasaban y el orfanato continuaba con su labor ininterrumpidamente, sabían que ese trabajo era su vida, y su vida era el orfanato, pero para el joven que pronto saldría de allí no se le auguraba nada bueno, por eso mismo empezó a investigar los entresijos que el viejo tendero le había vendido en forma de libro. El libro era un compendio de historia en él que se relataban hechos acaecidos siglos atrás. Las páginas se explicaban como el folclore y la magia había dado paso a la lógica y la razón, pero que no todo lo que había en el mundo se podía explicar con estos dos preceptos, y que eran necesario que las explicaciones a algunos hechos o seres, llamemosles sobrenaturales o irreales, no se podrían catalogar con los cánones de la razón y la lógica.

Pero esos seres o hechos solo eran las invenciones de los supersticiosos, mendigos y locos y gente rara que de vez en cuando se podía ver por las calles de la ciudad. Aunque no era del todo cierto, pues había cierta capacidad para poder vislumbrar y alcanzar dichos conocimientos. El problema era que esa capacidad había sido, o por lo menos eso decían, erradicada del mundo al morir el último de los descendientes de sangre de la familia más antigua que había habitado en el mundo hacía ya casi 17 años.

Los hombres y mujeres de esta familia habían desarrollado un cuidadoso y elaborado plan para que su existencia solo fuera conocida por ellos mismos y unos pocos de sus aliados más cercanos. Para el resto de la sociedad aparentaban ser la típica familia adinerada que generación tras generación habían realizado trabajos un tanto extraños y que gracias a esos trabajos habían aumentado su fortuna hasta aquellos días en los que las rentas seguían produciendo enormes beneficios. El problema era que esa fortuna no tenía un heredero conocido solo se sospechaba que podría haber uno, pero nadie sabía dónde y que, si no aparecía antes de cinco años, esa fortuna seria donada a la beneficencia, pues así se estipulaba en el testamento que celosamente guardaba el albacea de la familia.

El libro que tenía el joven en las manos era una parte minúscula comprado con todo lo que posteriormente tendría en su posesión, pues al contrario de lo que los papeles oficiales decían, la línea de sangre de los Riacol no había desaparecido aún, y aquel joven llamado Makud era el último de los descendientes de aquella familia de aristócratas y en ciertos círculos de guardianes mágicos que el mundo tenía como defensa contra los seres que se mencionaba el folclore mencionaba.

Makud que hasta aquel momento no sabía nada, solo se centraba en averiguar los entresijos de su vida, y del nuevo libro que había comprado a aquel viejo loco de la tienda de antigüedades. El estudio del libro iba a buen ritmo, pues los datos allí escritos eran absorbidos con avidez y rapidez por Makud. Esto extraño al joven pues rara vez había estado tan enfrascado en la lectura de algún libro, solo cuando estudiaba algo de historia antigua o folclore le entraba el gusanillo, pero pronto se aburría de lo que le enseñaban las hermanas.

Tras varias semanas leyendo el libro, aun le quedaba bastante por leer cuando uno de los niños pequeños se presentó a su lado. Makud que no se había dado cuenta al estar tan absorto en la lectura se sobresaltó dando un respingo en la cama donde estaba sentado dejando caer el libro al suelo. - Por los siete infiernos Joseph, no vuelvas a juntarte tanto a mí, casi me estalla el corazón-. Joseph que se agacho y recogió el libro con esfuerzo pues no tendría más de 9 o diez años, y el libro era un volumen bastante gordo, se disculpó mientras devolvía el libro a Makud. - Lo siento Mak, pero no me respondías cuando te estaba llamado y por eso me acerque para ver que hacías. Por cierto, la hermana Clarice te está buscando-. Joseph no pudo evitar echar un ojo al libro e intentar leer lo que había escrito en él, pero las palabras estaban en otro idioma, un idioma que a Joseph le resultaba un tanto raro.

Makud se quedó mirando al pequeño esperando a que le respondiera la pregunta. - Joseph, Joseph – El pequeño se sobresaltó y lo miro a la cara- Si, que quieres Mak, - ¿qué es lo que quiere la hermana Clarice? - Makud que se había fijado en lo que estaba haciendo Joseph, espero a que este le respondiera. - No me lo ha dicho, solo que fueras a dirección que tenían que hablar contigo sobre no sé qué tema de tus orígenes. Por cierto ¿qué idioma es ese en el que está escrito el libro? - Makud se quedó algo extrañado pues a él idioma era el mismo que sabía. - ¿Que idioma? Es el mismo que sabemos tu y yo, así que déjate de tonterías, y vayamos a ver que quiere la hermana Clarice.

Mientras avanzaban por los pasillos hasta la dirección del orfanato, lo que Joseph le había revelado resonaba en su cabeza. Tras varios minutos llegaron a la dirección y Joseph fue recibido con un agradecimiento y con una nueva “misión”, mientras que Makud se quedó en la sala donde estaba la hermana Clarice, la hermana Iris que era la de mayor edad y un individuo que estaba sentado enfrente de la hermana Iris y que le daba la espalda.

-Bien, ya estás aquí. Siéntate Makud, este señor quiere hablar con nosotros-. Makud obedeció y se sentó en la otra silla que había enfrente del escritorio. Mientras que caminaba el corto camino pudo ver el rostro del invitado. Era un señor de edad avanzada que por las canas y los ademanes que hacía, se podía ver que estaba muy cerca de su sexagésimo centenario, o eso sospechaba Makud, porque realmente aquella cara no daba impresión de tener aquella edad. Makud se sentó y entonces la charla que cambiaría todo su mundo comenzó.

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