La taberna estaba muy animada, la música del bardo se mezclaba
con las conversaciones de los parroquianos y con el sonido del chocar de las
jarras o con la madera de la mesa. Pero no todo en aquel lugar era jolgorio y
diversión también había lugar para los negocios.
En una de las mesas más alejada de todas, cuatro figuras
estaban abstraídas del ambiente general. Parecía que aun estado allí no estaban allí. A
diferencia del resto su conversación era privada y por tanto sus cabezas se
mantenían cerca las unas de las otras para qué oídos indiscretos no captarán
ninguna frase, palabra o elemento de la charla.
Conforme iban pasando las horas y las rondas La taberna se
iba vaciando haciendo que el ruido disminuyera. Cuando ya solo quedaban cuatro
clientes, los cuatro de la mesa, pagaron la cuenta y se adentraron en la noche
fría.
Minutos después salían del pueblo dirección sur con las
capas ondeantes por la brisa que se había levantado. Los establos se
encontraban en silencio cuando llegaron,
el mozo medio somnoliento por las horas intempestivas iba con los ojos
medio cerrados.
-Enseguida preparo sus caballos, mis señores, - el que iba
al frente asintió complacido. Tres minutos después los caballos estaban listos.
Este le soltó unas cuantas monedas de plata lo que alegro mucho al mozo que se
fue a dormir con una sonrisa de oreja a oreja.
Los cuatro salieron de las inmediaciones del pueblo y
rápidamente se pusieron al galope. Las horas pasaban y el paisaje seguía en
penumbra mientras avanzaban al este. Tres horas antes del amanecer pararon en
un pequeño claro del bosque umbrío, donde encendieron una pequeña hoguera y
durmieron hasta que unas gotas de lluvia les cayeron encima.
Tras recoger se pusieron en marcha de nuevo. No tardaron
mucho hasta llegar al siguiente pueblo.
Y como paso en el anterior lo dejaron a todo correr. Los días pasaban al
igual que los pueblos del norte y llegaron al último pueblo que limitaba con la
costa de las dagas.
-Por descarte tiene que ser este, sino el oráculo ha fallado y si es así los
dioses nos han dado la espalda de nuevo tras siete siglos-, los demás
asintieron, pero en su fuero interno rezaban para que se equivocara.
Esta vez se quedaron más tiempo ya que el pueblo era el más
grande de todo el norte. Pero como había pasado en todos los demás no dieron
con lo que buscaban, así que abatidos se prepararon para partir de nuevo al
oeste a informar de las malas nuevas.
Tras estar preparados esperaron a que el mozo prepara los
caballos un lugareño se les acerco, -mis
señores,- atenazaba un gorrito que le daba vueltas por el nerviosismo que le
producían aquellos cuatro personajes. - Por cosas ajenas a mi me he enterado de
que buscabais algo en el pueblo y como poco han precisado, quiero decirles que
el pueblo no se compone solo de estas casas,
también hay una hacienda al sur cuyo dueño solo se deja ver una o dos veces cada dos meses y por eso
nadie sabe si es forastero o vecino, pero los viejos como yo, sabemos que su
familia lleva aquí tanto como las nuestras-. Los cuatro jinetes enarcaron las
cejas ante tal pista y agradeciendo la información con una bolsita de cincuenta
platas pusieron rumbo al sur. –Esperemos que su información nos sea de
utilidad, sino es así ya podemos ser cuidadosos-.
Tras estar listos los caballos los cuatro hombres se
despidieron del anciano cuyos ojos bañados en lagrimas despedía a los
forasteros que le había resulto todo el invierno con tal suma. Los jinetes
salieron por la puerta sur de la ciudad dirección a la hacienda que había
comentado el anciano.
La cabalgada fue rápida y para la hora de comer ya tenían la
hacienda en el horizonte. Descansaron y almorzaron rápido y continuaron con el
viaje. A primeras horas de la tarde llegaron a la hacienda donde como había
dicho el anciano estaba habitada por su dueño y sus criados.
-Buenas mi señor, venimos en misión oficial del monasterio
de los atricos- Los cuatro hombres que llevaban sus monturas cogidas por las
riendas, daban un aspecto de asaltadores de caminos que de monjes, pero todos
sabían que los servidores de Atricus no solo se dedicaban a la oración sino que
había otros clases de monjes.
El señor de la hacienda que había sido avisado por sus
criados del avistamiento de visitantes los observaba en la entrada – Si, pero
pasen estarán cansando del viaje, déjenme que les ofrezca una avituallamiento
mientras conversamos y así podrán descansar-. El anciano de un aspecto
formidable que no pasaría de los sesenta años los invito a que lo acompañaran,
dejando que las monturas fueran llevadas a los establos.
El anciano ya con casi todo el pelo gris por sus innumerable
canas los llevo hasta una sala cuadrada con una mesa y sillas a su alrededor,
decorada de tapices por todos lados y alguna que otra estantería con libro.
Mientras se sentaban los criados pusieron las viandas en la mesa y dejaron una
jarra de vino a su lado.
Cuando los criados se marcharon dejándolos solo el anciano
cambio radicalmente su actitud, modales y tono. – ¿Habéis venido a buscar lo
que el oráculo ha predicho no? – Los cuatro hombres acostumbrados a tratar con
todo tipo de personas no se inmutaron, o si lo hicieron no se les noto en sus
pétreos semblantes.
-Así es, ha dicho que se encontraría en el norte, y a falta
de esta hacienda hemos registrado todo rincón del norte- El que parecía el
líder era el único que hablaba. – Habréis de saber que las predicciones del
oráculo no siempre son lo que parecen, por ello antes de continuar he de saber
cual es el contenido de esta predicción-.
EL anciano miraba con ojos escrutadores, los mismos ojos que
tenían los cuatro hombres. Y algo en ellos hizo que los cuatro asintieran ya
que eran iguales que los suyos. Y entonces de nuevo el líder hablo.
En la hora mas placentera
de los mortales junto con el sol en su declive regresara a las manos de los
mortales lo que antaño fue la destrucción de la maldad, pero han de ser
conscientes que si regresa al mundo es porque el mundo lo necesita.
-Así que ha vuelto a la vida, lo dábamos por muerto, pero
sabíamos que nunca moriría, lo único que ha hecho ha sido tomar una siesta –
fue la respuesta del anciano ante la profecía.
Los cuatro hombres asintieron al comentario del anciano,
-bien es hora de que sepáis que si, que ha regresado y esta aquí pero hay algo
que ha cambiado en la forma. – El anciano hizo una pausa para que los cuatro
digirieran el asunto.
-Las otras tres veces que apareció lo hizo en forma de arma,
ya fuera una espada, una lanza o un arco, esta vez parece que los dioses nos
han dado algo más que un arma, - continuo el anciano que mientras dejaba que
sus palabras calaran en la mente de sus invitados llamo a un criado y le ordeno
algo.
A los pocos minutos el criado se presento con un muchacho
que no tendría mas de doce años, vestido como los hijos de los nobles pero con
la diferencia de sus ojos rojos y su pelo color cobre.
-Aquí lo tenéis, el que condenara al mal de nuevo a su
prisión durante los próximo cinco siglos, si es que no muere antes- Los cuatro
hombres se levantaron raudos y corrieron ante el muchacho examinándolo y
comprobando que el anciano no estaba loco. Tras hacerlo todos asintieron que
estaban ante el corazón de los dioses, aquella arma legendaria que había sido
entregada a los mortales y al primer monje atricos para que la usara cuando los
seres oscuros atacaran a los mortales.
¿Como es posible? – la respuesta quedo sin contestar porque
todos allí sabían que la voluntad de los dioses era arbitraria para los
mortales que muchas veces veían en esa actitud la de unos niños malcriados.
-El niño se me fue entregado hace cosa de dos años, y desde
entonces he cuidado de el, lo único que tenia que hacer era entregarlo llegada
la hora, y parece que esa hora ha llegado, pero no se me dijo que me quedara
quieto sin hacer nada, y como su padre os acompañare hasta la capital, donde el
gran monasterio atricos esta.-
Los cuatro hombres que lo que iban buscando era un arma y se
habían encontrado con un muchacho no pusieron mucha objeción ya que el anciano
se encargaría del cuidado del muchacho y ellos solo tendrían que escoltarlo.
Con el alba salieron de la hacienda dirección sureste hacia
la capital tras pasar la noche allí, y desde aquel mismo instante los
engranajes de los dioses se pusieron de nuevo en marcha y cada cual tiraría
para su vertiente y verían como sus juguetes disputaban su partida ya que todas
las piezas ya estaban sobre el tablero.
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