miércoles, 11 de diciembre de 2013

La Busqueda



La taberna estaba muy animada, la música del bardo se mezclaba con las conversaciones de los parroquianos y con el sonido del chocar de las jarras o con la madera de la mesa. Pero no todo en aquel lugar era jolgorio y diversión también había lugar para los negocios.

En una de las mesas más alejada de todas, cuatro figuras estaban abstraídas del ambiente general. Parecía que aun estado allí no estaban allí. A diferencia del resto su conversación era privada y por tanto sus cabezas se mantenían cerca las unas de las otras para qué oídos indiscretos no captarán ninguna frase, palabra o elemento de la charla.

Conforme iban pasando las horas y las rondas La taberna se iba vaciando haciendo que el ruido disminuyera. Cuando ya solo quedaban cuatro clientes, los cuatro de la mesa, pagaron la cuenta y se adentraron en la noche fría.

Minutos después salían del pueblo dirección sur con las capas ondeantes por la brisa que se había levantado. Los establos se encontraban en silencio cuando llegaron,  el mozo medio somnoliento por las horas intempestivas iba con los ojos medio cerrados.

-Enseguida preparo sus caballos, mis señores, - el que iba al frente asintió complacido. Tres minutos después los caballos estaban listos. Este le soltó unas cuantas monedas de plata lo que alegro mucho al mozo que se fue a dormir con una sonrisa de oreja a oreja.

Los cuatro salieron de las inmediaciones del pueblo y rápidamente se pusieron al galope. Las horas pasaban y el paisaje seguía en penumbra mientras avanzaban al este. Tres horas antes del amanecer pararon en un pequeño claro del bosque umbrío, donde encendieron una pequeña hoguera y durmieron hasta que unas gotas de lluvia les cayeron encima.

Tras recoger se pusieron en marcha de nuevo. No tardaron mucho hasta llegar al siguiente pueblo.  Y como paso en el anterior lo dejaron a todo correr. Los días pasaban al igual que los pueblos del norte y llegaron al último pueblo que limitaba con la costa de las dagas.

-Por descarte tiene que ser este,  sino el oráculo ha fallado y si es así los dioses nos han dado la espalda de nuevo tras siete siglos-, los demás asintieron, pero en su fuero interno rezaban para que se equivocara.

Esta vez se quedaron más tiempo ya que el pueblo era el más grande de todo el norte. Pero como había pasado en todos los demás no dieron con lo que buscaban, así que abatidos se prepararon para partir de nuevo al oeste a informar de las malas nuevas.

Tras estar preparados esperaron a que el mozo prepara los caballos un lugareño se les acerco,   -mis señores,- atenazaba un gorrito que le daba vueltas por el nerviosismo que le producían aquellos cuatro personajes. - Por cosas ajenas a mi me he enterado de que buscabais algo en el pueblo y como poco han precisado, quiero decirles que el pueblo no se compone solo de estas casas,  también hay una hacienda al sur cuyo dueño solo se deja  ver una o dos veces cada dos meses y por eso nadie sabe si es forastero o vecino, pero los viejos como yo, sabemos que su familia lleva aquí tanto como las nuestras-. Los cuatro jinetes enarcaron las cejas ante tal pista y agradeciendo la información con una bolsita de cincuenta platas pusieron rumbo al sur. –Esperemos que su información nos sea de utilidad, sino es así ya podemos ser cuidadosos-.

Tras estar listos los caballos los cuatro hombres se despidieron del anciano cuyos ojos bañados en lagrimas despedía a los forasteros que le había resulto todo el invierno con tal suma. Los jinetes salieron por la puerta sur de la ciudad dirección a la hacienda que había comentado el anciano.

La cabalgada fue rápida y para la hora de comer ya tenían la hacienda en el horizonte. Descansaron y almorzaron rápido y continuaron con el viaje. A primeras horas de la tarde llegaron a la hacienda donde como había dicho el anciano estaba habitada por su dueño y sus criados.

-Buenas mi señor, venimos en misión oficial del monasterio de los atricos- Los cuatro hombres que llevaban sus monturas cogidas por las riendas, daban un aspecto de asaltadores de caminos que de monjes, pero todos sabían que los servidores de Atricus no solo se dedicaban a la oración sino que había otros clases de monjes.

El señor de la hacienda que había sido avisado por sus criados del avistamiento de visitantes los observaba en la entrada – Si, pero pasen estarán cansando del viaje, déjenme que les ofrezca una avituallamiento mientras conversamos y así podrán descansar-. El anciano de un aspecto formidable que no pasaría de los sesenta años los invito a que lo acompañaran, dejando que las monturas fueran llevadas a los establos.

El anciano ya con casi todo el pelo gris por sus innumerable canas los llevo hasta una sala cuadrada con una mesa y sillas a su alrededor, decorada de tapices por todos lados y alguna que otra estantería con libro. Mientras se sentaban los criados pusieron las viandas en la mesa y dejaron una jarra de vino a su lado.

Cuando los criados se marcharon dejándolos solo el anciano cambio radicalmente su actitud, modales y tono. – ¿Habéis venido a buscar lo que el oráculo ha predicho no? – Los cuatro hombres acostumbrados a tratar con todo tipo de personas no se inmutaron, o si lo hicieron no se les noto en sus pétreos semblantes.

-Así es, ha dicho que se encontraría en el norte, y a falta de esta hacienda hemos registrado todo rincón del norte- El que parecía el líder era el único que hablaba. – Habréis de saber que las predicciones del oráculo no siempre son lo que parecen, por ello antes de continuar he de saber cual es el contenido de esta predicción-.

EL anciano miraba con ojos escrutadores, los mismos ojos que tenían los cuatro hombres. Y algo en ellos hizo que los cuatro asintieran ya que eran iguales que los suyos. Y entonces de nuevo el líder hablo.

En la hora mas placentera de los mortales junto con el sol en su declive regresara a las manos de los mortales lo que antaño fue la destrucción de la maldad, pero han de ser conscientes que si regresa al mundo es porque el mundo lo necesita.

-Así que ha vuelto a la vida, lo dábamos por muerto, pero sabíamos que nunca moriría, lo único que ha hecho ha sido tomar una siesta – fue la respuesta del anciano ante la profecía.

Los cuatro hombres asintieron al comentario del anciano, -bien es hora de que sepáis que si, que ha regresado y esta aquí pero hay algo que ha cambiado en la forma. – El anciano hizo una pausa para que los cuatro digirieran el asunto.

-Las otras tres veces que apareció lo hizo en forma de arma, ya fuera una espada, una lanza o un arco, esta vez parece que los dioses nos han dado algo más que un arma, - continuo el anciano que mientras dejaba que sus palabras calaran en la mente de sus invitados llamo a un criado y le ordeno algo.

A los pocos minutos el criado se presento con un muchacho que no tendría mas de doce años, vestido como los hijos de los nobles pero con la diferencia de sus ojos rojos y su pelo color cobre.

-Aquí lo tenéis, el que condenara al mal de nuevo a su prisión durante los próximo cinco siglos, si es que no muere antes- Los cuatro hombres se levantaron raudos y corrieron ante el muchacho examinándolo y comprobando que el anciano no estaba loco. Tras hacerlo todos asintieron que estaban ante el corazón de los dioses, aquella arma legendaria que había sido entregada a los mortales y al primer monje atricos para que la usara cuando los seres oscuros atacaran a los mortales.

¿Como es posible? – la respuesta quedo sin contestar porque todos allí sabían que la voluntad de los dioses era arbitraria para los mortales que muchas veces veían en esa actitud la de unos niños malcriados.

-El niño se me fue entregado hace cosa de dos años, y desde entonces he cuidado de el, lo único que tenia que hacer era entregarlo llegada la hora, y parece que esa hora ha llegado, pero no se me dijo que me quedara quieto sin hacer nada, y como su padre os acompañare hasta la capital, donde el gran monasterio atricos esta.-

Los cuatro hombres que lo que iban buscando era un arma y se habían encontrado con un muchacho no pusieron mucha objeción ya que el anciano se encargaría del cuidado del muchacho y ellos solo tendrían que escoltarlo.

Con el alba salieron de la hacienda dirección sureste hacia la capital tras pasar la noche allí, y desde aquel mismo instante los engranajes de los dioses se pusieron de nuevo en marcha y cada cual tiraría para su vertiente y verían como sus juguetes disputaban su partida ya que todas las piezas ya estaban sobre el tablero.

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