viernes, 11 de abril de 2014

Las Runas III



La noche había pasado sin ninguna incidencia y ambos habían descansado agradablemente después de aquella cena tan copiosa. Al salir los primeros rayos de sol Mur ya estaba despierta y parecía como si no hubiera dormido pues su pelo y vestidos ya estaban perfectamente arreglados sin una sola imperfección.

Galadrais se despertó mucho después pues el cansancio acumulado por su viaje más todo el estrés que le suponía permanecer junto a una diosa encarnada le hicieron que cuando cogiera el sueño este fuera un sueño mucho más profundo de lo habitual.

Tras haber recargado las energías necesarias y estar plenamente consciente se dio cuenta de que Mur aun lo miraba ceñuda, ante esto Galadrais rápidamente se levantó y se dispuso a pedir disculpas – Lo siento Mur, he dormido más de lo que esperaba y os he dejado ahí sola- Mur lo miraba divertida cosa que en su semblante no se mostraba. – Pues espero que me compenses por eso.-

Galadrais raudo se inclinó en señal de sumisión y aceptación y tras acicalarse un poco bajaron para desayunar y posteriormente ir a la escuela de magia de poniente. Una vez el desayuno acabo ambos se dispusieron a partir, para ello Galadrais envió a un mozo a por un coche de tiro para que los llevara a la escuela de magia.

En el carro Mur y Galadrais iban en silencio, un silencio solo roto por los viandantes y comerciantes que a esas horas ya estaban en pleno frenesí. – Míralos Galad, están mucho más espabilados que tú, y eso que hace poco que te acabas de despertar-  Galadrais miro avergonzado a Mur y agacho la cabeza. Mur empezaba a irritarse con el pobre joven ya que de todos los pactos que había hecho anteriormente ninguno era tan sumiso como aquel ser, y eso no le divertía en absoluto.

Mientras Galadrais miraba sus zapatos Mur seguía mirando por la ventana aburrida y un tanto amargada porque desde que había amanecido no había visto nada de diversión y eso junto con la actitud sumisa de Galadrais la cabreaba. Así que como un capricho más que como una necesidad saco un poco uno de sus dedos por la ventana y apunto a uno de los transeúntes, el cual al instante cayó desplomado en el suelo.

Los gritos que procedían de fuera del coche de tiro hicieron que Galadrais se asomara por la ventana, al ver que el hombre yacía en el suelo miro a Mur para ver si ella había visto algo más, y esta por primera vez en el día mostro una chispa de felicidad en sus ojos.

-Espero que haya sido por motivos naturales, no es normal que alguien muera de repente y sin nadie alrededor.  – El comentario de Galadrais hizo que Mur hiciera una mueca divertida, pues por lo que a ella respectaba el hombre había muerto por un paro cardiaco y así se lo hizo saber a Galadrais – No te preocupes, su corazón dejo de latir de repente, es normal en seres como vosotros-.

En ese momento Galadrais no se percató del tono divertido y pícaro de la diosa, pero si se preguntó cómo podía estar tan tranquila ante la muerte de uno de sus siervos así que le pregunto directamente – Mur, ¿cómo es que no te afecta la muerte de ese individuo? – Mur miro a Galadrais y se disponía a contestar cuando el carro llego a su destino, pero aun así le dio una respuesta algo ambigua- Es como cuando tu o alguno de los mortales veis como muere un animal, no os preocupáis, pues eso mismo me pasa a mi cuando os veo morir-.

Galadrais contrito ante la pregunta que había formulado guío a Mur ante los ancianos. Mientras pasaban por los distintos jardines hasta la puerta los magos y aprendices se les quedaban mirando con asombro y fascinación, lo mismo que pasaba mientras atravesaban los distintos tramos hasta el despacho donde los ancianos se reunían ante nuevas noticias, que desde hacía un par de días conocían.

Una vez en la entrada de la habitación donde se reunían los ancianos los hicieron pasar rápidamente. Una vez dentro la sala era sencilla y solo constaba de una mesa que hacía las veces de escritorio y donde estaban sentados los ancianos, más dos sillas colocadas a unos cuatro metros de la mesa donde se sentarían Galadrais y Mur.

En uno de los asientos de los ancianos estaba Promos junto con tres magos más, todos ellos más o menos de la misma edad, con cabellos canosos, y túnicas cada una de un color que representaba los colores de las distintas escuelas a las que se podía formar. Promos que llevaba el color azul cielo con toques plateados era el representante de la escuela rúnica, a la izquierda de Promos está el representante de la escuela natural con sus colores rojos y verdes, a la izquierda estaba el representante de la escuela alquímica con sus colores morados y marrones, y en la esquina opuesta a Promos estaba el representante de la escuela de adivinación con sus colores amarillos y blancos.

-Bienvenido a casa Galadrais, – comenzó hablando Promos, - veo que has traído una invitada-. Galadrais se levantó de su asintió como era costumbre cuando se dirigía a los ancianos y se dispuso a presentar a Mur a los ancianos. – Maestros, es Muret, una diosa que encontré en las ruinas en a las que el maestro Promos me mando hace una semana.-

Los cuatro ancianos mirando con asombro a la diosa la cual divertida por ser el foco de atención comenzó a hablar – Podéis llamarme Mur, me gusta más que Muret. – Fue lo único que dijo aun sentada.

Los cuatro ancianos quedaron un tanto en silencio sopesando las palabras que habían dicho Galadrais y Mur, y solo Camnos el que representaba la magia natural hablo.- Un honor conocer en persona a una diosa su divinidad Mur, pero quisiera hacerle una pregunta si no es indiscreción – Mur asintió con un leve cabeceo a Camnos - ¿Cuál es vuestra aérea de acción?-

La pregunta pillo desprevenido a todos en la sala salvo la diosa, que sabía que tenía que llegar por lo que no dilato más sus expectativas ya que la sola idea de ver las reacciones de los presentes y más concretamente de aquel con el que había hecho el pacto la excitaba en demasía.

En ese mismo instante, mientras esperaban Mur se levantó con la gracia divina que la envolvía y sus vestidos hasta aquel momento blancos impolutos y su pelo rubio como el oro, cambiaron de color quedando un vestido de seda negro con los bajos rojo sangre y su cabello completamente rojo fuego.

La transformación sorprendio a  todos los reunidos, ya que todos pensaban que Mur era como aparentaba cuando la conocieron, pero aquella otra visión de Mur hizo que los presentes desterraran de sus mentes aquella beatica visión por esta otra más siniestra y bella que la anterior haciendo que sus almas y mentes se estremecieran, pero Mur no quería que se acostumbraran y con una voz tronadoras que parecía que venía de cualquier parte y que transcendía lo real e imaginario se presentó.

-Yo soy Muret, Mur, Mors, la muerte, la dama negra, gobierno el inframundo y decido quien vive y quien muere, mis siervos son los espíritus de los muertos que acuden raudos a mi llamada y crean el caos y la destrucción a mi voluntad….- Pero de repente la presentación de Mur se quedó cortada por una estridente voz de miedo y terror que provenía de Galadrais – Lo sabía Promos, querías que me fuera a los siete infiernos y por eso me mandaste al mismísimo templo de la muerte. No lo niegues ¿me tienes envidia porque sabes que seré mas grande y poderoso que tu verdad?

Tanto Mur como los cuatro ancianos miraban al joven Galadrais con unos ojos que mostraban el horror, la estupefacción y la estupidez que había cometido cosa que Galadrais tras calmarse un poco se dio cuenta de dos cosas:
La primera, de que aquel hombre que había muerto en mitad de la calle había sido asesinado por Mur y la segunda que en al interrumpir a Mur en su presentación la había cagado de una manera que jamás había pensado que lo haría, así que se giró sudoroso y aterrado para enfrentarse a la que sería su muerte segura  a manos de la diosa.

Pero toda la tensión se disipo cuando una fuerte carcajada femenina inundo la sala, y  Galadrais junto con los cuatro ancianos posaron su vista sobre la diosa que aunque seguía con su aspecto oscuro y siniestro, se reía como una dama de veinte tantos años de alta cuna.

Cuando se le paso el ataque de risa Mur miro a Galadrais – Este es el joven que me divierte tanto, no el que hace unas horas venia en el carro conmigo- dejo que sus palabras se diluyeran y cuando  creyó conveniente continuo con su discurso pero más sosegado y menos melodramático.

-En realidad podía haberme presentado sin más, pero quiera un poco de diversión y por eso he hecho esta actuación melodramática. Así que sí, soy la muerte encarnada, y si he hecho el pacto con este jovenzuelo que si todo sale bien lo moldeare como me dé la gana, y es mas ¿quién es Promos? –

Promos recompuesto a medias al igual que los otros tres ancianos levanto la mano y se presentó formalmente – Yo soy Promos su divina gracia, maestro de la escuela rúnica de magia para servirla- Mur lo miro con ojo crítico y escrutador  y satisfecha por lo que veía, asintió antes de hablar de nuevo. – Promos te doy las gracias por haber enviado este joven a buscarme, creo que podremos hacer grandes cosas antes y después de la lucha que nos espera. –

Galadrais que estaba esperando algún tipo de reprimenda a Promos se quedó perplejo por que la diosa le diera las gracias a aquel anciano que consideraba un mago de tres al cuarto – Mur pero que dices, este me quería matar, así que haz algo que no se agradecérselo, por los dioses.-

Mur que cada vez que hablaba Galadrais de esa forma se sentía más divertida solo pudo decirle al joven que se callara un momento y la dejara continuar ya que tenía cosas que contarles a todos y que depararían el flujo de aquella época. Galadrais ante la orden de la diosa se sentó mohíno en la silla y escucho lo que tenía que decir tanto Mur como los ancianos.

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