domingo, 17 de febrero de 2013

La lluvia negra



Las ascuas aún resplandecían anaranjadas en el lugar donde horas antes había habido una hoguera, el estado de duerme vela del guardia hacia que su realidad fuera aquella que se establece en la línea que separa el mundo real del mundo de los sueños.

El viento que ululaba entre las ramas de los arboles, producía extraños ruidos, levantaba las polvo del suelo y las hojas caídas que eran arrastradas en la misma dirección que este soplaba.

En la lejanía el ulular de un búho junto con el aullido de un lobo a su amante la luna llena, pusieron sobre alerta a un hombre de cabellos largos y enmarañados

-Atentos, Marmuik nos avisa de que hay cosas que no deben estar en estos bosques- Tras esta advertencia todo el grupo que está listo y atento, se dispusieron para partir de aquella zona lo antes posible.

Fueron retrocediendo raudos hasta el lugar donde estaban atados los caballos a los arboles, los desataron y montaron en ellos. Las sombras empezaban a acercarse pero tuvieron el tiempo suficiente para salir al galope, dentro de lo que les dejaba el bosque, de aquella zona.

-Rápido o se nos echaran encima- grito uno de los dos hombres más corpulentos del grupo – Tranquilo Varlon, no he perdido el tiempo como vosotros en descansar y comer- replico una pequeña figura que iba montada en un poni ya que su estatura y envergadura no eran lo suficiente para un caballo.

-Calla o veras lo que es perder…- un chillido que parecía el de un jabato herido pero con un tono más agudo y tenebroso se alzo a sus espaldas. –Veo que has hecho los deberes Ramplin –una voz melodiosa de una mujer se alzo en el lugar desde la derecha del pequeño Ramplin.

Tras unos minutos en los que el único sonido que se oía eran los cascos contra el suelo y la maldición de algunos del grupo. El grupo siguió avanzando a la velocidad que les permitía aquel terreno lleno de obstáculos, hasta que el otro hombre corpulento les indico la salida de aquel bosque – unos metros más y estaremos en una explanada donde podremos aumentar la velocidad y dejar que los caballos cabalguen al límite de sus posibilidades-.

Todos asintieron con un movimiento de cabeza silencioso, habían estado muchas veces juntos para saber que habían aceptado dicho comentario. Y tras esos metros que les faltaban el primero del grupo salió a campo abierto, al verde prado que estaba bañado en plata por la luz de la luna llena, iba como un resorte seguido por seis figuras más, las cuales solo dejaban ver sus capas ondulantes al viento por la velocidad a la que iban, mientras que el sonido de los cascos era amortiguado por la verde alfombra que tenían a sus pies.

Y tras varios minutos llegaron a la mitad de la explanada, donde refrenaron sus monturas para tomar aliento, para tomar conciencia de donde se hallaban que su caballos descansaran y así poder planear el siguiente movimiento.

Al frenarse la voz afeminada de uno del grupo les advirtió – Estamos entre dos frentes- el tono era de resignación y el grupo entero entro en pánico al ver que una andanada de flechas tapaba la fría luz lunar.

Y de repente un manto transparente les envolvió y fueron los espectadores de una cruenta batalla que más tarde se conocería como “La lluvia negra”.

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