La nieve caía como si no tuviera ningún obstáculo dejándolo
todo blanco a su paso. Las cuatro figuras osadas que se resistían a tal nevada
iban encogidas y ocultando cada centímetro de su piel con las gruesas capas de
piel.
Pero aun así no lo conseguían ya que las partes de la cara
que se veían esporádicamente cada vez que el viento arremetía contra ellos, dejaban
a la vista las señales blancas en aquellas zonas que habían sido tocadas por
aquella mano blanca y gélida que caía de aquel manto gris y plomizo que era el
cielo invernal.
Pero ellos no desistían y daban un paso tras otro, sabían
que si se detenían serian pronto cadáveres congelados en aquel paraje extraño y
desolado.
El tiempo pasaba y la tormenta no amainaba. Los cuatro seguían
con su penosa marcha dirección norte, ya no pensaban en seguir adelante, solo
pensaban en buscar un refugio que les ayudara a soportar la tormenta y les
resguardara, aunque fuera mínimamente del frio.
Pronto empezaría a anochecer, la caminata había sido larga y
agotadora, pero parecía que la suerte les sonreía y los dioses les eran
favorables.
Los cuatro barbaros encontraron una cueva cerca de una
pequeña estribación montañosa que era el comienzo de una cordillera aún más
grande que se esparcía en dirección norte y que a su vez hacía de frontera
natural con las tierras de las vastas praderas donde las tribus de barbaros
nómadas vivían.
Los cuatro se adentraron en la cueva, sin quitarse las
pieles porque aunque estaban resguardados del aire cortante aun sentían el frio
hasta los huesos.
Necesitamos encender una hoguera como sea, sino no pasaremos
de esta noche –La potente voz del bárbaro sonó a lo largo de la cueva-.
Pues no sé cómo lo encenderemos, no hay leña, y ahí fuera esta
todo lleno de nieve, lo único que nos queda es adentrarnos más en esta cueva y
rezar a Tronos para que nos ayude.
Todos los barbaros al oír el nombre de su dios, se hincharon
de orgullo cual globos de aire, y con las energías renovadas por la mención de
su dios, los cuatro bárbaro se adentraron en los corredores de la cueva.
La cueva era más larga y profunda de lo que se cabía esperar
desde fuera, los recovecos a izquierda y derecha eran interminables, y gracias
a una cinta de tele embadurnada de aceite podían ver mínimamente lo que les
rodeaba. Los barbaros solo bajan, ya que la cuerva aunque hacia giros tanto a
derecha e izquierda, solo descendía.
Esto tiene que ser obra de los enanos, solo a ellos les
gusta meterse tan dentro de la piedra –El comentario no tuvo respuesta, salvo
el eco de las palabras que se acaban de pronunciar-.
Tras varios giros a derecha y otros tantos a izquierda, los
cuatro hombretones, se hallaron en una
sala, que triplicaba la altura de estos, llena de columnas a los lados.
Lo veis, lo que os dije, esta cueva es de los enanos
–Mientras seguían con la charla uno de los cuatro se acercó a una de las
columnas y cogió una de las antorcha envejecidas que había en ellas, se acercó
a su compañero e intento prenderla con el poco fuego que quedaba en la tira de
tela aceitosa-.
La antorcha prendió fácilmente y la luz de esta ilumino la
magnífica sala, los cuatro barbaros miraron en rededor y prendieron más
antorchas para que la luz fuera mucho mayor y pudieran ver que es lo que les
depararía aquella visita.
Tras unos minutos la sala estaba completamente iluminada, y
en ella se podían distinguir huesos tanto de enano como de orcos, además las
paredes y las columnas poseían un color rojo desgastado de la sangre.
Parece ser que aquí hubo una batalla infernal, y por lo que
veo los enanos, fueron los que ganaron –comento uno de los cuatro-¿Y cómo estas
tan seguro?
Mira el suelo, dime cuantos cráneos ves redondeados y
cuantos alargados-Respondió un tercero- Es más si nos centramos en las leyendas
de cuando los enanos existían, se decía que para acabar con un enano hacían
falta diez orcos o tres humanos, así que a mí me da que los orcos tenían una
proporción de once a uno o ganaron los enanos.
La explicación se dio por buena en el grupo, pero algo no
cuadraba, allí había muchos huesos, y si hubieran ganado los enanos los
hubieran limpiado, así que el único que no hablo y que era más enjuto que los
otros tres iba más precavido ante tal hecho.
Bueno seguimos avanzando, a lo mejor nos encontramos la
salida a la otra parte de la cordillera por estos túneles –Los otros tres
asintieron, y empezaron a moverse, pero algo los detuvo al instante, una
sombra, o eso había creído ver el más pequeño del grupo-.
Los cuatro se pusieron en tensión y alerta, allí pasaba
algo, y sabían que lo que fuera era hostil o eso pensaban, porque no se
esperaban lo que les iba a deparar la suerte y mucho menos Tronos.
Cogieron sus armas, espadas, y escudos y empezaron a ponerse
a la defensiva, en formación de círculo, lo que fuera que allí había no los
pillaría desprotegidos. Las antorchas fueron apagándose una por una hasta solo
dejar tres encendidas, las justas para que los barbaros pudieran ser vistos y
pudieran ver lo justo en un círculo de 50 metros de diámetro.
Las zonas oscuras empezaron a llenarse de ojos rojos. –Tener
cuidado son murciélagos, así que tener listos escudos- Pero ni mucho menos,
aquellos ojos rojos no eran tan pequeños como para que fueran de esas
criaturas, y además estaban demasiado separados y eran demasiado redondos para
que fueran murciélagos.
Los barbaros empezaron a tensionar los músculos, el sudor
frio que les recorría era señal de que pronto entablarían batalla, y eso les
excitaba a mas no poder, pero algo en aquellos seres les dejo confusos.
¿Por qué no atacaban? ¿A que esperaba? Eran muchos, y les sería
fácil acabar con cuatro barbaros.
Las respuestas pronto fueron respondidas, en el círculo de
luz apareció un pequeño ser, con una barba que le llegaba hasta los pies,
pobladas cejas que le tapaban la mitad de la frente, larga melena grisácea al
igual que la barba y las cejas, y todo embutido en malla y cuero, con una maza
de mano en una mano y la otra en la otra.
Su rostro curtido a más no poder, daba la impresión de enojo
y furia, pero sus ojos mostraban otra cosa.
Los cuatro barbaros se quedaron con la boca abierta al ver
al menudo ser, bajaron las armas y los escudos.
Saludos viajerros, es un placerr tenerr visita. –El tono y
acento marcado del enano retumbaron en toda la sala-.
Vamos no os quedéis ahí pasmados, sois nuestros invitados,
celebremos una fiesta, hace mucho que nadie nos visita.
Los cuatro bárbaros y el grupo de enanos se adentraron más
en los angostas estancias de estos, dejándolos perplejos y asombrados ante tal
belleza. Pero no se podían quedar tanto como quisieran.
La fiesta duro solo tres días y tres noches dejando a los
enanos, decepcionados y apenados, porque lo normal era que duraran una semana
con sus días y sus noches. Pero los barbaron tenían que partir pero no sin
antes jurar por su dios que no revelarían la existencia de los pequeños seres
barbudos.
Fueron acompañados por cuatro enanos a lo largo de los túneles
hasta que salieron al otro lado de las montañas justo al inicio de las
praderas. Los enanos se despidieron no sin antes recordarles su juramento.
Los barbaros llegaron a donde se encontraba su pueblo, y
contaron la travesía por las cuevas y alguna mentira sobre como los
desprendimientos casi los dejan encerrados en ella, pero no mencionaron la
existencia de los enanos.
Por lo tanto los enanos seguirían siendo una leyenda que
solo los historiadores y las razas longevas habían visto la leyenda en persona,
y estos pequeños seres barbudos seguirían adentrados en la piedra haciendo lo
que mejor sabían hacer:
Beber cerveza y picar la piedra.
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